lunes, 15 de octubre de 2007

El pez gallo

Lourdes


Entramos por primera vez en un restaurante que está en la misma acera que aquel al que acostumbramos a ir cuando queremos comida casera. Sin conocer la costumbre nos quedamos paradas, a la espera de que algún camarero nos indicara si nos tenían que acomodar o, directamente, podíamos sentarnos a una mesa, como suele hacerse en los lugares en que tienen plato del día.

Mientras esperábamos nos acercamos a una repisa que daba paso al comedor, y allí descubrimos un hórreo de juguete del que, curiosamente, pendían pendientes plateados con formas de hoja y de pez

_ ¿Se venderán? ¡que bonito éste! parece un pez gallo…
_ Perdone, estos pendientes ¿los venden ustedes?
_ No,
_ Y… los regalan, je, je.
_ Bueno, llevan aquí muchos años; los daban con unas botellas de vino.
_ Con botellas de vino. Que promoción más curiosa.

Los acariciamos uno a uno comentando sus formas: una hoja, un pez, un pez plateado y dorado… y los soltamos suavemente, viendo como se balanceaban, con sus reflejos de agua de mar y de lluvia, casi sin querer dejarlos allí, columpiándose, como una cortina al viento.

_ Siéntense en la mesa que más les guste; mejor en una grande, que las pequeñas son muy incómodas

Y después de escudriñar el comedor, aún con ojos de ensoñación, elegimos una mesa para cuatro, aunque sólo éramos tres.

No lo oímos acercarse. Sólo vimos sus manos de prestidigitador que, suavemente, dejaban sobre el mantel tres pares de pendientes de hojalata, con forma de pez gallo, con reflejos dorados y plateados, como de agua de mar y de lluvia…

_ ¿Se los van a poner? Tengan cuidado que a lo mejor les dan alergia._ Y soltando la carta se alejó con el mismo sigilo que utilizó para aproximarse.


Hoy nos han regalado unos pendientes con forma de pez gallo que vivían colgando de las paredes de un hórreo de juguete que descansaba sobre la repisa de un restaurante.

No hay comentarios: